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Canciones populares, ropa fabricada especialmente y una imagen social que penetra en la juventud son algunas marcas del narcotráfico que, una vez globalizadas, impactan en la sociedad más allá de las políticas contra la droga
Por Sandra Lorenzano
"Cae Miss Sinaloa", "Una beldad en apuros", "Nuestra Belleza Sinaloa y siete hombres son detenidos con armas y miles de dólares en efectivo", "La bella Reina hispanoamericana, novia del capo del cártel de Juárez". A fines de 2008, éstos fueron algunos títulos de tapa de Reforma , El Universal y La Jornada , diarios mexicanos de circulación nacional.
La historia contaba que, en un espectacular operativo policial llevado a cabo en Guadalajara, las autoridades habían capturado a ocho personas que cargaban dos rifles AR-15, tres pistolas, 633 cartuchos de bala, 16 celulares y 100 mil dólares; de la banda, la única dama detenida era nada menos que Laura Zúñiga, la mujer más bonita de Sinaloa según el concurso anual que elige a las misses .
Las noticias que involucran al narcotráfico son pan de cada día en este país, pero esta vez el recuento de los muertos y heridos llegaba con un colorido inesperado. Esa misma tarde, en YouTube, alguien postuló a Laura ¡para reina del penal! Y días después, en un noticiero televisivo, la madre de Miss Sinaloa 2008 declaró que "en Sinaloa, de una u otra manera, todos comen de lo que deja el narco". La dura franqueza que sobrevolaba esas palabras, sumada a la insólita aparición de Laura junto a peligrosísimos narcos, dejó un efecto inesperado: la impresión de que hasta el personaje menos pensado puede ser parte de una industria clandestina devenida en cultura pop global, la narcocultura.
El "show del horror" con el que México despierta día tras día no perdona y es imparable: "Decapitados en Tijuana", "Seis ejecutados en Culiacán", "Enfrentamiento a balazos en un centro comercial de Ciudad Juárez", se lee una y otra vez en la prensa. "De enero a diciembre, las muertes violentas atribuidas al crimen organizado sumaron 5720 (16 ejecutados al día), un aumento de 118% con respecto a 2007", reza la tapa del Excélsior del 1 de enero de este año
Es indudable que la presencia y visibilidad del narcotráfico se han acentuado durante el sexenio del gobierno de Felipe Calderón, y los mexicanos parecen haberse acostumbrado a esta nueva realidad marcada por las ejecuciones, los ajustes de cuentas, las camionetas con vidrios polarizados que circulan por varias ciudades -especialmente del norte del país-, las ametralladoras AK 47 (popularmente conocidas como "cuerno de chivo"), la ostentación y la ilegalidad impune.
La violencia generada por el narcotráfico tiene como consecuencia la "guerra contra el crimen organizado" con la que responde el Estado, una auténtica marea de asesinatos, secuestros y venganzas que arrincona a la ciudadanía.
Según Carlos Monsiváis, uno de los intelectuales mexicanos más críticos y agudos, se ha llegado a "extremos inconcebibles de deshumanización" en términos de seguridad, respeto a los derechos humanos y garantías individuales. Mientras tanto, la violencia se ha vuelto cotidiana, no sólo por el conteo de cadáveres que realizan los medios de comunicación ("como si fuera una hazaña antidemográfica", Monsiváis dixit ), sino también por la imposición de un modelo social militarizado y en guerra permanente.
¿Acaso será ésta la verdadera "narcocultura"? ¿La naturalización del horror? ¿La extrema visibilidad -y aceptación social- de la violencia?
Es una fría mañana de diciembre en el Distrito Federal. Más fría aún en ese edificio gris con una gran entrada de mármol, sobria e imponente a la vez, que aloja a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA).
En la puerta espera un oficial para guiarme al séptimo piso, donde me reuniré con el responsable de la visita. No fue fácil conseguir que me recibieran para conocer el Museo de Enervantes del Ejército, más conocido, en el habla cotidiana, como "Museo del Narco". "...ste es un espacio que no está abierto al público -explica el guía- .
En realidad, la idea es darles información a los soldados destinados a las zonas de mayor presencia del narcotráfico." Es difícil saber si como proyecto didáctico resulta eficiente; de lo que no quedan dudas es de que este museo exhibe con claridad la mirada militar sobre el fenómeno. De pronto recuerdo El matadero , donde Esteban Echeverría se fascina con la "barbarie" rosista. Algo de eso ocurre en este espacio.
Las primeras salas muestran los orígenes y procesos de elaboración de las diversas drogas que se trafican. En otra se presentan algunos de los medios que utilizan los narcotraficantes para transportar sus mercancías. Quizá sea la sala más impresionante. Desde la utilización de piezas arqueológicas falsas (o no) hasta el relleno con droga de las propias nalgas de las personas (o "mulas"), aquí no falta nada.
Las fotos y los objetos colman el espacio y la creatividad de los cárteles despierta más de una sonrisa, incluso en el guía. La "estrella" del museo es la sala dedicada a la narcocultura, en la cual se exhiben algunos de los objetos más emblemáticos de los narcos que se han enfrentado al ejército: una Colt 38 con culata de oro e incrustaciones de circonitas y esmeraldas lleva las iniciales de Amado Carrillo Fuentes, líder del cártel de Juárez, conocido como "El señor de los cielos" por los aviones con los que introducía droga en Estados Unidos. Junto a ella hay un rifle automático AK-15.
En el cargador tiene grabada una palmera por el nombre de su dueño, Héctor Luis Palma, el "Güero Palma", lugarteniente de "El Chapo Guzmán", cabeza del cártel de Sinaloa, cuya ex novia apareció hace pocos días "encajuelada" (neologismo mexicano para hablar de los asesinados que se encuentran dentro de los baúles de los autos).
También pueden verse ropa blindada (floreciente negocio colombiano que ya ha instalado sucursales en México), cinturones y sombreros con piedras preciosas incrustadas y otras muestras más del poder, riqueza y ostentación de los jefes de los cárteles. Además de las armas, también hay íconos culturales, como una reproducción del altar del "santo" Malverde, "patrono" clandestino de los narcotraficantes que en México tiene "iglesias" en Culiacán, Tijuana y Sinaloa. Desde hace ya más de medio siglo, en el norte mexicano se venera a este Robin Hood vernáculo, "santo" no reconocido por la Iglesia Católica, que hoy le ha cedido un espacio en su capilla de Sinaloa a la "Santa Muerte", otra imagen muy venerada por quienes trabajan en la industria de las drogas.
Recorro el Museo -"único en el mundo", dice el guía con orgullo - y pienso en Esteban Echeverría. No puedo dejar de imaginar las caras de fascinación y espanto que deben de poner los jóvenes soldados al ver la creatividad y el poder de sus enemigos.
Al salir me hacen prometer el envío de una copia de lo que escriba sobre la visita.
Pocos días después, siete militares y un ex jefe policial aparecen decapitados en Chilpancingo, capital del estado de Guerrero, una zona con gran presencia del narcotráfico. La lucha es a muerte, pero a veces las fronteras entre uno y otro bando resultan demasiado difusas. "Desde octubre pasado se había difundido la supuesta protección de un coronel del Ejército al cártel de Sinaloa en la costa grande de Guerrero", se lee en la influyente revista Proceso .
La guerra abierta se mezcla con la complicidad entre los narcotraficantes y los uniformados. Según informes de la SEDENA, en el sexenio de Vicente Fox y en los que va del gobierno de Felipe Calderón ya son más de 200 los militares muertos en el combate al narcotráfico. Sus nombres pueden verse en una placa de bronce colocada en el Museo de Enervantes.
Reynosa, Tamaulipas. Un viernes cualquiera, 1.30 de la madrugada. Cientos de jóvenes con pantalones vaqueros, sombreros texanos y botas "picudas" toman y bailan en uno de los tantos locales de la ciudad. Muchos tienen cadenas de oro en el cuello o en las muñecas, y unos cuantos más, lentes oscuros.
Es el "narco look". Todos quieren parecer capos de la droga en ascenso. Cierta ropa, grandes camionetas, mucho oro a la vista, mujeres, mansiones? Ostentación por donde se mire, derroche, violación de las normas, machismo: señas particulares de los narcotraficantes, que han llegado a convertirse en marcas de identidad para amplios sectores juveniles.
¿En qué medida ya puede hablarse de una legitimación social de la narcocultura? Los narcos son figuras cotidianas en diversas zonas del país, a las que muchas veces apoyan con donaciones para las escuelas o iglesias, dinero fresco para infraestructura y presencia en clubes deportivos. Así, el narcotraficante juega el rol de "líder generoso" en una sociedad abandonada por el Estado en cuestiones de educación, vivienda y espacios públicos, siempre en un marco de violencia e impunidad.
En el México de hoy, el narcotráfico y el éxito en los medios son los caminos más vertiginosos de ascenso social. A mitad de camino entre ambos se encuentra el triunfo de los "narcocorridos", la música norteña que suena especialmente a ambos lados de los 3200 kilómetros que conforman la frontera más larga del mundo.
Los Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana, Chalino Sánchez (cuyos discos forman parte de la aplicación "narco-gifts" de Facebook) son algunos de sus representantes. Polkas, quebraditas y baladas que hablan de amores y desamores, de la tierra lejana, de los peligros de la "migra" y por supuesto, del narco. En ellos hay una sutil -a veces no tan sutil- idealización del delincuente que se opone a la autoridad y burla el poder del Estado.
El mercado de la música popular mexicana, incluidos los narcocorridos, alcanza cifras anuales de 300 millones de dólares en Estados Unidos. Sólo en ese país, el último disco de Los Tigres del Norte vendió 500 mil copias. Después de una "operación exitosa", lo primero que hace un narcotraficante es contratar a un grupo musical para que cante su hazaña.
Los precios de las canciones oscilan entre los 5 mil y los 50 mil dólares, pero entrar en el "negocio" como compositor, músico o cantante también tiene sus riesgos: los asesinatos de Valentín Elizalde "El Gallo de Oro", Jesús Rey, David Alfaro "El gallito", Sergio Gómez y Zayda Peña, "la dama del sentimiento", entre muchos otros, hablan cruelmente de esta realidad.
"La narcocultura mexicana es, al mismo tiempo, popular y clandestina. Está por todos lados: en canciones, camisetas, cine y tatuajes", escribe el cronista y novelista Fabrizio Mejía Madrid. Si el narcotráfico es un negocio transnacional, del cual México es sólo uno de los engranajes, lo mismo sucede con la "narcocultura".
Basta darse una vuelta por Internet para descubrir cientos de páginas web, blogs o sitios en My Space, a veces creados por los propios narcotraficantes y otras por los admiradores de algunos que ya han muerto. Las canciones, películas o novelas que hablan del narco acompañan la vida de miles de personas en todo el mundo.
De acuerdo con la DEA, los cárteles mexicanos de la droga mueven más de 30 mil millones de dólares, lo que equivale a un 10 % del PIB y a un tercio de las exportaciones legales del país. El comercio ilegal de drogas en el mundo, según datos de Interpol, genera 500 mil millones de dólares al año, cifra sólo superada por el comercio internacional de armas. En términos no mensurables que puedan cuantificarlo, el impacto cultural del narco también traspasa fronteras. Lo curioso es que, envuelto en canciones, ropa y páginas web, ha perdido toda clandestinidad y habla del mundo con un realismo que ninguna acción policial es capaz de ocultar.
Colaboró: Ignacio Lozano
También las mujeres pueden
("Narcocorrido" de Los Tigres del Norte)
También las mujeres pueden
y además no andan con cosas,
cuando se enojan son fieras
esas caritas hermosas
y con pistola en la mano
se vuelven repeligrosas.
Con un motor muy rugiente
llegaron quemando llantas
en una trocona negra,
pero la traían sin placas,
dos muchachas que venían
del barrio de Tierra Blanca.
En el restaurant Durango
de La Puente, California,
tres muchachas esperaban
procedentes de Colombia.
Ahí quedaron de verse
con las dos de Sinaloa.
Todas vestían de vaquero
y chamarra de vaqueta,
también cargaban pistola
debajo de la chaqueta,
mucho dinero en la bolsa
y muy buenas camionetas.
Se sentaron todas juntas,
en una mesa tomaban
y se metían al baño
y andaban reaceleradas.
Yo las vi cuando salían
con la carita polveada.
Por lo que pude entenderles,
algo alegaban entre ellas,
creo que de billetes falsos.
También mentaban la hierba.
Pero lo hablaban en clave
para que nadie entendiera.
De pronto se oyen disparos.
Unas mujeres caían.
Las tres eran colombianas,
lo dijo la policía.
Y las dos de Sinaloa
a Tierra Blanca volvían.
También las mujeres pueden,
aunque nos duela aceptarlo.
Lo digo aquí y donde quiera porque pude comprobarlo,
que como un hombre se mueren
y eso no hay que dudarlo.
Gentileza de Lidia Mantini para NOTIAR
El triunfo de la "narcocultura"
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