La droga tiene venta libre en algunas calles de la Capital

Victoria Russo
LA NACION

"Disculpame ¿sabés dónde queda Pichincha?", preguntó a la cronista un joven que estaba sobre la calle que decía desconocer. De aspecto adolescente, con el pelo platinado y los ojos vidriosos, se montó en su bicicleta y dobló por la avenida Independencia. Con la oreja pegada al celular, miraba los movimientos de la cuadra. Esperó 15 minutos. Una mujer apareció por la misma vereda, se le acercó, lo saludó con la mano derecha y le pasó un paquetito. Al instante, el joven desapareció.

Los residentes de Balvanera no se sorprenden: la venta de drogas en la calle a cualquier hora no es para ellos nada extraordinario. Pero no es el único barrio en el que se viven escenas similares. La Nacion recorrió distintos puntos de la Capital y numerosos vecinos, que pidieron no ser identificados por temor, relataron cómo se hacen esas transacciones ilegales a la vista de todos.

El lugar donde se realizó la mencionada venta de droga que presenció La Nacion en la avenida Independencia al 2400 es más que conocido para los vecinos de Balvanera. Tanto, que la portera de un edificio de la cuadra afirmó que uno de los puntos de venta es una propiedad actualmente abandonada. "La casa se incendió hace un tiempo. Vino la policía y echó a todos los ocupantes, pero siguen usando la vivienda como un aguantadero", dijo. El lugar señalado está a tan sólo 200 metros del colegio privado católico Nuestra Señora del Huerto, lo que constituye una agravante en la pena por comercialización de drogas, según el artículo 11, inciso E, de la ley 23.737.

El miedo suele ser el gran obstáculo para que haya denuncias. Pero los habitantes de Balvanera sortearon el temor y denunciaron lo que ocurre, según contó el vecino G, un joven de unos 30 años."Estos narcos se peleaban y hasta se tiroteaban entre ellos. Los denunciamos. La policía los sacó varias veces, pero al tiempo vuelven y se instalan a las pocas cuadras. Entran por una puerta y salen por la otra", dijo con desazón.

Vecinos y policías coincidieron en que el fenómeno de la proliferación de la venta callejera de drogas es un fenómeno que también sucede en muchos puntos del conurbano.

Es más, se agregó, muchos puntos de comercialización de drogas, tanto en la Capital como en el Gran Buenos Aires, se dan en las distintas villas de emergencias.

Un jefe policial explicó a LA NACION que es común que este tipo de delincuentes que venden droga, luego de estar presos, regresen a la zona: "Están habituados, casi familiarizados con el barrio y eso les da seguridad. Conocen a la gente y sus códigos".

A unas pocas cuadras de allí, en Chile y Pasco, la historia se repite. En una fábrica tomada por peruanos, la sospecha de la comercialización de drogas está latente. "Ya los agarraron una vez vendiendo paco. Los chicos se lo fumaban en la misma cuadra, hasta que vino la policía, hizo un procedimiento. Ahora viven los mismos, pero no viene gente a comprar", contó L, un vecino que vive hace 30 años en el barrio.

La señora G, atenta a los movimientos de la cuadra, dijo: "De la fábrica tomada siempre salen a cualquier hora en bicicleta, con una mochila o una cartera al hombro". La vecina relató: "La policía actuó en este caso, pero por arte de magia siguen viviendo en el mismo lugar". Personal de la comisaría 18a., dijo que era común que los vecinos denunciaran, y que la policía trabajaba con las herramientas que la ley le otorgaba para detenerlos.

Las señales de posibles puntos de venta son una leyenda latente entre los vecinos. Las zapatillas colgadas del cable de luz. Las pintadas con stencil en la pared. Los pasacalles de San Expedido. Los pequeños santuarios del Gauchito Gil. Todas ellas parecen determinar el camino de la droga.

Las plazas también son marcadas como lugares de venta y consumo de drogas. En el barrio de Parque Chas, precisamente en la plaza conocida como "El Trébol", cuentan que hay jóvenes que se encargan de vender estupefacientes, en connivencia con el dueño de un comercio lindero.

"En la placita, hay un grupito de pibes que se la toman y la venden. Si pasás de noche, sentís el olor", relató un vecino del barrio, y precisó: "Lo que hacen es ir hasta un quiosco y después se la alcanzan por la ventanilla a los automovilistas que piden".

El jefe policial, anteriormente citado, explicó: "Es común que el vendedor lleve menos droga consigo, porque si lo agarran dice que es para consumo personal". El funcionario precisó: "Por lo general, tiene un reducto cerca, como una tapa de luz o un auto, donde la pueden esconder. Cuando aparece el comprador, la saca y se la alcanza".

Policías de la comisaría 39a., con jurisdicción en la zona, dijeron que "ya conocen a los muchachos que se reúnen en la plaza", y agregaron que "varias veces se los llevaron presos", pero no quisieron precisar cuáles eran las acusaciones.
También en Belgrano

La llamada venta al menudeo, no sólo es patrimonio de dealers de condiciones humildes. En el barrio de Belgrano, cerca de la estación ferroviaria de Belgrano R, un joven de 27 años, oriundo de ese barrio y egresado de una carrera universitaria, sustenta sus gastos con la venta de cocaína, marihuana, pastillas de éxtasis y ácido lisérgico, según afirman sus conocidos y compradores.

"Les vende a los amigos, a los ex compañeros de la facultad desde su departamento, aunque la mayoría de las veces realiza entregas a domicilio", afirma un cliente del dealer. Lo más curioso es que el vendedor de drogas convive con sus padres. "No trabajó nunca. Con la plata de lo que vende se banca las salidas y la droga que el consume", cuenta un comprador. Además, agrega que "nunca tuvo ningún problema con la policía".

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